
Recuerdo a Chicho Ibáñez Serrador en aquella televisión en blanco y negro de mediados de los años 70. Con un puro en la mano, como Orson Welles, despidiendo alguna temporada del concurso que revolucionó la televisión: el «Un, Dos, Tres«. Chicho tenía un estilo magnético, mezclaba de forma genial el entretenimiento con el humor (a veces muy negro) y el espectáculo.

Pero antes de la calabaza Ruperta y los premios fastuosos de entonces en «Un, Dos, Tres» (el coche y el apartamento), Chicho había dejado sin pegar ojo a toda España a mediados de los 60. De «Historias para No Dormir» la gente de mi generación no supo hasta años después, cuando la serie se repuso ya con la tele en color. Y más tarde, primero gracias al video y luego con internet, pudimos disfrutar las tres temporadas completas.

Recuerdo con terror la última escena de «El Caso del Señor Valdemar«, adaptación del relato de Edgar Allan Poe. Ese cuerpo descomponiéndose en unos segundos sobre su cama después de un experimento de mesmerismo. El cuarto de estar de casa de mis padres se llenó de extrañas sombras que ya se quedaron allí para siempre porque me hice seguidor de Chicho Ibáñez, de Poe y del terror desde aquel instante.

Más aún cuando con el paso del tiempo Chicho volvió a la carga con «Mis Terrores Favoritos«, presentando películas de la Hammer, de la Universal o del Fantaterror español de los 70, con su habitual estilo entre el humor y lo macabro, heredado del gran Alfred Hitchcock de quien Chicho era admirador confeso. También hizo temblar las salas de cine, con dos éxitos: «La Residencia» (1969) y «Quién Puede Matar a un Niño» (1976), ésta última adaptando una novela de otro grande de la comunicación española, Juan José Plans. Aunque ya no sigo el género de terror con aquella «ansiedad» adolescente (reconozco que me he vuelto miedica con la edad), cuando pienso en Chicho lo relaciono con esas películas y sus series de suspense. No puedo evitarlo.

Por supuesto, Ibáñez Serrador fue mucho más que terror y ciencia ficción (que no es poco). El tratamiento que dio por ejemplo al tema del sexo, desde «Historias de la Frivolidad» (1968) al programa divulgativo «Hablamos de Sexo» (1990) por el que recibió el Premio Ondas. O el concurso animalista «Waku-Waku» (1989 y 1998). Todos sus programas catapultaron de inmediato a futuras estrellas de la televisión y el cine: Kiko Ledgard, Valentín Hornos (Don Cicuta), Mayra Gómez Kemp, Jordi Estadella, Victoria Abril. Silvia Marsó, Lydia Bosch, Consuelo Berlanga, Nuria Roca y un largo etcétera. Siempre injusto el maldito «etcétera» porque deja sin nombrar a gente importante.
Los premios se fueron sucediendo, tanto en activo como cuando, ya por la edad, decidió en 2006 apartarse poco a poco de la actividad profesional. Aún así le vimos recibir en 2009 un merecido homenaje en la Semana de Cine de Valladolid. O en 2010 cuando fue galardonado por el Ministerio de Trabajo con el Premio Nacional de Televisión en reconocimiento a toda su carrera.

Hoy viernes 18 de noviembre, redacto esta entrada en el blog tras la noticia de que, a sus 81 años, Chicho Ibáñez Serrador recibirá el Premio Feroz de Honor 2017 que reconoce las trayectorias más emblemáticas del mundo de la televisión, el cine y la producción audiovisual. ¿Qué decir? ¡Enhorabuena, maestro! Y mil gracias por todo.